martes, enero 08, 2008

el estanco de Dawney

Aquí dejo el ejercicio para este jueves. Se trataba de formar un relato en el que hubiese al menos dos espacios diferenciados.
A la de an, a la de de, a la de truá.

Thomas prepara la mirilla del rifle. Las balas y cómo se cargaba ya se lo enseñó su padre aquel día, entre risas, con dos botellas de vino danzando en sus venas. Pero la mirilla la compró el otro día en el estanco de Dawney. Sólo veinte pavos.
Thomas se mueve con dificultad en el cuarto trastero. El polvo acumulado junto a los juguetes y muebles viejos dificulta sus acciones. Es un espacio sombrío, seco y caluroso ya de buena mañana. El único foco de luz proviene de una pequeña ventana, orientada hacia la casa de los Robertson, desde la cual sacará su rifle, ajustará la mirilla, esperará a que la señora Robertson esté bien enfocada y apretará el gatillo, ese gatillo adornado con una especie de piel de leopardo.
La señora Robertson les prepara el almuerzo a Jessica y a Magdalene, sus dos hijas, rubias como princesas de cuento. Jessica hoy viste una falda a topos y una camiseta amarilla y rosa. Magdalene pasea sus pies descalzos por la moqueta de su habitación mientras decide si se pondrá los botines verdes o las zapatillas blancas y rosas. La casa huele a tostadas recién hechas. A tostadas y a champú. Una mezcla extraña.
Thomas mira a través de la mirilla, el cañón sobresaliendo por la pequeña ventana. Ve a Magdalene calzándose unos botines verdes y luego mirándose en el espejo de su habitación y hablando y gesticulando sola. Desplaza la mirilla hacia la planta baja y allí encuentra a Jessica, untando mantequilla de cacahuete en una tostada y hablando con alguien que no aparece en el plano. El exceso de polvo dificulta su respiración y Thomas tose sin dejar de observar la escena.
¡Ya son casi las ocho y media, Magdalene, baja a desayunar!, grita la señora Robertson desde la planta baja. ¡Ya voy!, responde la niña con aire cansado. Baja las escaleras corriendo mientras canta una canción de moda. Salta los dos últimos escalones dejando una estela de colonia por toda la escalera. Mientras tanto, Jessica mira por la ventana la casa de los Phillips y mastica su tostada. Mamá, ¿qué es eso que sale de la ventana de arriba?, dice señalando el cañón de escopeta.
Thomas observa cómo Jessica lo está señalando. Tose con más insistencia, empieza a sudar, mierda, puta niña, se mueve ligeramente pero es peor, el polvo que levanta se mete en su nariz y su boca, se pega a su frente empapada de sudor, niña, cállate, las gotas de sudor caen por sus pestañas y empañan el objetivo, entonces aparece en escena una borrosa señora Robertson, rodeada por un círculo que significa muerte.
La madre entorna los ojos para ver lo que señala su hija, sin ser consciente de que su vida está dependiendo de una gota de sudor. Pues no sé lo que puede ser eso, la verdad, contesta la madre. Vamos, acabaos el desayuno que nos tenemos que ir.
Thomas se enjuga el sudor y dice mierda varias veces. Golpea la pared de madera con el puño cerrado y vuelve a decir mierda. Se levanta más polvo que lo hace toser de nuevo con insistencia. Cuando se calma vuelve a colocar su ojo izquierdo en la mirilla de veinte dólares y enfoca hacia la casa.
Para entonces, allí ya no hay nadie.

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