Hoy he ido a una zona industrial a cobrar el finiquito.
Dicho así, esta frase podría ser el diálogo de un personaje de Los Soprano, serie que, por cierto, no he visto nunca y de la que sólo he oído alabanzas. ¿Por qué no he visto nunca Los Soprano? Pues no lo sé, pero creo que siento una especie de aburrimiento ya cuando aparece el anuncio en tv. No conecté nunca con ella. Prefiero ver por sexta vez “Uno de los nuestros”.
Una zona industrial es eso, nada más, una zona industrial, aquí y en Ohio. Una zona industrial suele ser un lugar gris, triste, cuadrado, vacío, monótono, el último lugar donde irías a pasear si quieres enamorar a alguien. Pero sobretodo, una zona industrial es un lugar sin muchos puntos de referencia. Llamo en busca de ayuda. “Oye, que estoy aquí ya, en la zona industrial, pero no sé muy bien hacia dónde están las oficinas”. “Vale, a ver, ¿estás cerca de un edificio gris?”. Y ahí sentí que se acababa la conversación, porque no tenía ganas de contestar gritando ¡no hay un edificio que no sea gris!, ¡todo es gris!, ¡incluso los coches que pasan!, ¡y yo!, ¡yo también, ya se me están poniendo las manos grises, joder!”. Pero no, la conversación dio un giro inesperado y resultó ser un éxito en lo que a efectividad se refiere. A mi, como soy un peliculero, me hubiese gustado que fuera así: “Diego, haz una cosa, pon la mano derecha sobre tu pecho y espera a que el corazón te diga hacia dónde tienes que dirigirte”, o “Diego, mira al cielo, es una día soleado, ¿verdad?, el azul del cielo es impresionante hoy, ¿no es cierto?, busca en ese precioso azul y encontrarás la luna, que aún no se ha escondido, quizá porque no quería dejar escapar la oportunidad de bañarse en ese azul, busca la luna y camina en su dirección, llegarás sin problemas”, o “Diego, deja de andar, quédate quieto unos segundos, sientes una ligera brisa, ¿verdad?, pues deja que te lleve en su dirección y sólo así encontrarás las oficinas”. Pero no. La vida, por mucho que nos empeñemos, no es una película. Y, de todas formas, si fuese una película como la que acabo de contar, mejor que se quede como está. En la vida las cosas son más simples, no siempre, vale, no empecemos. Quiero decir que la vida es muy complicada, todo es muy complicado, todo, mucho, pero nosotros, casi sin darnos cuenta, lo descomplicamos. Y así, los posibles diálogos anteriores que me hubiese gustado vivir se han quedado en el siguiente: “Diego, ¿ves un pirulí que pone Lidl? Pues enfrente están las oficinas” Y ya está. A la mierda lo que dicte tu corazón, a la mierda el azul del cielo y la brisa de los cojones, ¿a quién le importa dónde está la luna si tienes un pirulí del Lidl? Y así he llegado a las oficinas.
He firmado un finiquito más generoso de lo que esperaba, he hablado de un tema interesante aunque, para mi, más romántico que monetario, y he vuelto a salir a la jungla industrial, caminando sobre mis pasos, alejándome del pirulí del Lidl. Luego he estado esperando un autobús durante aproximadamente cuarenta minutos mientras tenía diálogos interiores, que es lo único que puedes hacer en una parada de bus cuando estás solo. En uno de ellos alguien ha dicho que todo me está yendo demasiado bien en la vida, todo siempre me viene de cara, o siempre estoy de cara o las cosas se esperan a que me gire. Me he sentido bien escuchando esa voz mientras miraba el reloj y me decía “por ahora”. Durante mi estancia de cuarenta minutos he contado los coches que pasaban en la dirección del bus, la mía. He podido contar 195. En 120 sólo iba el conductor: 72 de ellos hablaban solos o con un manos libres, 18 se hurgaban la nariz, 14 no tenían el cinturón de seguridad puesto, 7 tamborileaban los dedos en el volante, 6 se reían y 3 lloraban. Ya en casa he decidido salir al video club pero no me ha apetecido ninguna película. He ido a la biblioteca y he cogido un doble cd con los Nocturnos de Chopin. He caminado hacia casa dando un rodeo considerable, sin auriculares, pasando cerca de la gente para ver de qué estaban hablando. Como soy un peliculero me he imaginado los siguientes diálogos: “El nacimiento de mi hija fue algo sobrecogedor en mi vida, nunca pude soñar lo que sentí el día en que la tuve en mis brazos por primera vez, fue algo mágico, por mucho que te lo explicase nunca lo imaginarías”, o “Pues mi vida, bien, en fin, siento dentro de mi que algo se está acabando pero que van a venir muchas cosas buenas, tengo ese presentimiento, es algo que a veces me ha pasado, ¿a ti no?”, o “Si alguna vez me he puesto triste es por todos aquellos amigos con los que compartí tantas cosas, con los que tanto me reí, con los que hice planes de futuro, a los que tanto quise y que ahora no veo nunca, de hecho, no sé ni si existen”, o “Esta noche me levantaré a las tres de la mañana, saldré a mi terraza y me quedaré allí en silencio, escuchando los ruidos de la noche, aunque hace bastante frío a esas horas, es verdad, pero me da igual, me hace sentir que aún estoy vivo”, o “Luego tengo que ir a cuidar a un anciano, la verdad es que me gusta estar con él, aunque está muy débil y sé que en cualquier momento puede morirse, pero no puedo dejar de ir, lo quiero aunque sé que lo voy a perder, pero él me dice que no me preocupe, que morirse no es tan grave, me dice eso, y también me dice que abrace, sí, que dé abrazos, dice que en un abrazo está resumido todo lo que necesitamos las personas, que cuando sea viejo lo entenderé”.
Pero no.
Estas no fueron las conversaciones que escuché esta mañana.
Las voy a obviar para que todos tengamos un feliz día.
2 comentarios:
qué bonito...
(¿¿¿¿¿cuarenta minutos?????)
Hay días en los que también pienso que soy muy afortunada. De haberte encontrado.
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