domingo, febrero 04, 2007

algo tan desconocido

Ocurrió de madrugada, alrededor de las cuatro. No, mejor, eran ya las ocho de la mañana cuando esto ocurrió. Ella estaba sola en casa y se despertó sobresaltada por un ruido proveniente de la cocina. Bueno, también estaba su hija de cinco años, que dormía en su habitación. Encendió la luz de la mesita y se levantó. Mejor aún, encendió la luz de la mesita, se incorporó en la cama y dejó que sus ojos se adaptasen a la claridad. No, no puede ser, ya eran las ocho y la luz entraba por la ventana de su habitación, esa ventana tan grande que daba al jardín. No, no tenían jardín, daba a un solar en el que unas excavadoras trabajaban día y noche buscando algo que nadie había querido saber qué era. Bueno, miento, sí que había gente que sabía lo que aquellas excavadoras estaban buscando, pero era gente que vivía a las afueras del pueblo, al final de la carretera, allí donde empezaba el bosque, era gente con la que nadie hablaba y pocas veces se dejaban ver por el pueblo, pero eso es ya otra historia. Se levantó de la cama, nerviosa, se puso la bata y fue hacia la cocina. No, no tan rápido, a ver, se levantó de la cama, eso sí, nerviosa, buscó su bata pero no la encontró, pensó que se la habría dejado en la habitación de su hija. Abrió la puerta de la habitación de su hija y allí estaba su bata, a los pies de la cama de su hija, que dormía plácidamente. No, mejor, allí estaba su hija, de pie, a oscuras, mirándola, sin sonreír, con su bata puesta, parecía mayor pero era ella. Se acercó asustada, le preguntó qué le pasaba y, al acercarse, vio que la niña guardaba algo en la mano derecha. No, no, cambio un poco, vamos a ver, la madre se asoma a la habitación de la niña, eso sí, pero ve la bata en el suelo y observa un bulto debajo de ésta, ahora mejor. Aunque se extraña, se acerca pensando que es su hija, que se levantó a media noche y se durmió allí, como atraída por el olor a mamá que desprendía la bata. Pero al acercarse a la bata observa que su hija duerme tranquilamente en la cama. Retrocede unos pasos y observa la bata y el bulto. Puede apreciar que se mueve ligeramente, como si aquello que fuera lo que estuviese debajo de su bata respirara. No, no, mejor, bueno, no mejor, diferente, la madre ve la bata y el bulto, piensa que es su hija, pero mira a la cama y la ve allí dormida. Se fija en el bulto pero ve que no se mueve. Se acerca un poco más y entonces su hija abre los ojos y la mira fijamente. La madre le pregunta qué es lo que pasa y la niña le dice que no se acerque ahí, que será mejor que no vea lo que hay debajo de su bata. No, mejor, a ver, cuando se acerca al bulto, la niña se despierta de repente y mira a su madre como si no la conociera. La madre le pregunta qué ocurre, que si estaba soñando, y la niña le pregunta que quién es. La madre se acerca para tranquilizarla y decirle soy mamá pero la niña salta de la cama y sale corriendo de la habitación en dirección a la cocina. Bueno, mejor aún, la niña sale corriendo de la habitación en dirección a la cocina y, al salir, cierra la puerta y gira la llave dejando a su madre encerrada. Ella le grita abre la puerta pero la niña no le hace caso. La madre sigue llamando a su hija y golpeando la puerta. Enciende la luz. Empieza a tener frío. No, no, es agosto, y es uno de los días más calurosos del año, la madre empieza a sudar. Quiere abrir la ventana pero no se atreve a pasar por encima del bulto. Lo vuelve a observar y confirma que no se mueve. Bueno, mejor sí, lo vuelve a observar y observa que el bulto empieza a moverse y a emitir unos sonidos guturales muy débiles. No, sonidos guturales no, la madre oye como si el bulto le susurrase algo, pero no logra comprender qué dice. Está sudando, la ventana sigue cerrada y la persiana bajada. Se quiere acercar para ver si logra entender alguna palabra, si es que son palabras lo que emite el bulto. Afuera oye a su hija gritar asustada. Intenta con todas sus fuerzas abrir la puerta, golpea con toda su rabia la puerta mientras grita el nombre de su hija y empieza a llorar desconsolada. Su hija deja de gritar. No, mejor, su hija continúa gritando. Oye abrirse la puerta de casa y, al cabo de tres segundos, cerrarse. El grito de la niña sale de casa y se difumina en el calor de la mañana. La madre sigue gritando y llorando desconsolada. No, ahora sólo grita y pide socorro. No, bueno, a ver, la madre oye que su hija habla con alguien en la cocina aunque no puede distinguir las palabras ni la persona que habla con ella. La madre golpea la puerta y grita que la dejen salir pero sólo escucha las risas de su hija y de la persona que habla con ella. Después de casi una hora, agotada, apoya su espalda en la puerta y se deja resbalar hasta sentarse en el suelo.
Mira el reloj, ya son las diez de la mañana. Vuelve a mirar el bulto, que sigue moviéndose tenuemente. Ahora ya no emite ningún sonido. Pasan las horas. La madre se tumba en la cama, abatida, sin saber muy bien lo que está pasando.
Mira el bulto, mira su bata.
Algo tan desconocido debajo de algo tan familiar.
Eso es el terror.

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