El sábado pasado quedé con Mireia.
No sé si hacía cuatro o cinco años que no la veía. Ni ella a mí.
Así que no sé si hacía cuatro o cinco años que no nos veíamos.
Estuvimos hablando de todo lo que puede pasar durante cuatro o cinco años, que es una vida.
En cuatro o cinco años puedes tener un hijo, que aprenda a hablar, a caminar, que un día te dejes la puerta abierta de casa y salga y se pierda y no lo encuentres y te separes de tu pareja por aquella puerta abierta y al cabo de un tiempo, después de buscar por todo el planeta a tu hijo, lo reconozcas en una fotografía realizada desde un helicóptero en el que se puede observar a una tribu del Amazonas desconocida hasta ahora y llevar a un estudio fotográfico esa foto y pedir que te la amplíen y, después de enamorarte de la dependienta, irte a vivir con ella, casarte y estar esperando un hijo, reafirmar lo que habías creído ver: tu hijo forma parte de una tribu.
Y ahora, al comprobar el destino de tu hijo, recuerdas el día en que te dejaste la puerta abierta mientras miras una nube blanca, ahora un conejo, ahora una cara, luego una flor y luego nada, deslizándose sobre un cielo azul.
Todo esto es algo que te podría pasar en cuatro o cinco años.
Hemos estado cuatro o cinco años sin vernos viviendo en la misma ciudad.
Hay gente a la que no quieres ver y te la encuentras cada dos por tres pero, en cambio, puedes estar cuatro o cinco años sin ver a una persona viviendo y trabajando a escasos 20 km.
¿El porqué? No hay un por qué.
La vida, supongo. Este puto alud que lo va sepultando todo.
Cenamos y luego fuimos caminando hasta su casa, con aquellos días en Londres de fondo donde cada noche caminábamos más de media hora hasta llegar al hotel después de acompañar a Lore.
Acabo de recordar una viñeta de Espera... de Jason en la que dos personajes están jugando en un lago y uno le pregunta a otro ¿Qué hora es? y el otro responde Verano.
Esta viñeta resume esas noches.
De camino a su casa Mireia me dijo algo así: sé que odias Barcelona pero no me negarás que este paseo no es bonito.
Y no le pude decir que no.
También me habló de Nico, su marido, (qué raro suena, joder, Mireia) y de su restaurante de comida mexicana La coronela.
Tengo ganas de ir.
Hablamos de muchas más cosas, de todas esas cosas que pueden pasar en cuatro o cinco años.
¿Qué pasó entre nosotros?
Lo que pasó es que estuvimos de viaje durante cuatro o cinco años y el sábado pasado por fin coincidimos en una ciudad.
Eso es lo que pasó realmente.
A partir de ahora nos diremos nuestros itinerarios para ver si podemos coincidir en alguna ciudad, en alguna esquina, en alguna parada de metro, aunque sea en las escaleras de un avión, uno subiendo y el otro bajando.
Eso estaría bien.
Es bueno recuperar a una amiga.
Es lo mejor.
2 comentarios:
jo, qué bonito... muchas veces he pensado que yo tb tengo una mireia en mi vida; aunque es un chico. una persona que te hace sentir como en casa, como que el tiempo no ha pasado y como que siempre es demasiado pronto para llegar a casa...
¿cuándo vamos a la coronela? podríamos poner una fecha, ¿no?
ay madre mía que soy yo la protagonista!
como se dice en México que bueno que volviste mano!
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