Hay en este bendito
centro comercial,
en este palacio
de suelos brillantes
y caspa por igual,
unas rampas automáticas
que suben y bajan.
Una rampa como la de los aeropuertos,
para que no te canses
con las maletas,
con los regalos,
con la vida en general que llevas a cuestas.
Hay unas rampas
en este centro comercial donde trabajo
que te llevan arriba
y abajo.
Nunca me había dado cuenta
de lo fácil que se ve la vida
desde esas rampas
de este centro comercial donde trabajo.
La vida va pasando y tú estás ahí quieto,
sonriendo o llorando,
depende de cómo te sientas,
apoyado en la cinta de caucho
que hace de baranda.
Tendrías que venir
a este bendito centro comercial
sólo para comprobar
lo que te digo.
Yo me he pasado tres horas
esta misma mañana
dejándome subir y bajar.
La gente se me quedaba mirando
mientras yo les animaba a probar
el invento deslizante.
He parado un momento
para escribir esto.
Ahora iré otra vez.
Una rampa deslizante,
piénsalo,
no te hablo de unas escaleras,
te hablo de una rampa deslizante
que sólo se detiene por la noche,
cuando cierran el centro comercial.
La vida es fácil
desde una rampa deslizante,
ya lo dije.
La vida
tendría que ser
una rampa
deslizante.
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