lunes, junio 16, 2008

gente participativa

Ayer fuimos el Tomás y yo a ver a los Akron/Family.
Los Akron/Family son uno de los mejores grupos en directo que puedas ver hoy en día.
¿A que no te lo crees si lo digo yo?
Es lo que pasa cuando engañas tantas veces a la gente. Me lo merezco.
No me creas, da igual, pero Akron/Family son uno de los cinco mejores grupos que puedes ver en directo hoy en día.
Supongo que otro es Shellac, aunque yo nunca los he visto, pero dice Tomás que hicieron un concierto perfecto en el Primavera Sound, no se le puede pedir más a un concierto, así Tomás.
Y a Tomás hay que tomárselo en serio cuando habla de música o de libros o de películas, aunque me recomendó La niebla y me dormí como un cachorro a los pies de su amo en invierno. De todas formas, ya dije, hay que tomárselo en serio.
Pues el concierto de ayer estuvo muy bien. No fue perfecto porque no lo fue, pero estuvieron tremendismos.
Lo que no me gusta de estos tipejos de Akron es cuando deciden que el público tiene que formar parte de la banda, dando palmas o manteniendo una nota para que ellos canten o gritando, vete a saber, todo lo que pueda hacer un público retrasado y snob como el de Barcelona. A mí eso me cansa porque no soy participativo, porque estoy cansado en general, porque soy un vago, cómo quieres que te lo diga. Y miro a la gente participativa, que sonreía mientras cantaba o hacía sonar el medio y el pulgar con un click!, y mientras miro a esta gente participativa me digo qué sería de este concierto si todo el mundo fuese como yo, qué sería del mundo en general si todos fueran como yo.
Un auténtico desastre.
Disgrace.
La cuestión es que los Akron, entre psicodelia y nanas folk, estuvieron tocando dos horas. Y si por ellos hubiera sido hubiesen estado una hora más.
Un 9.


Luego volví a casa en NitBus, un servicio extraordinario, para gente cool, para gente con myspace y facebook, el NitBus.
Sentadas en los asientos del final, un grupo de chicas, la más vieja tendría catorce años. Suena el móvil de una de ellas. Contesta:
- ¿Sí?
-...
- No, yo no estoy con la Nora, yo estoy en mi casa.
-...
- No, que no he visto a la Nora, si yo estaba durmiendo.
-...
Lo mejor de la escena no fue la mentira (inverosímil, a no ser que la chica viva en un autobús en marcha con su familia y por eso el que llamó no notó nada raro) sino la reacción de la gente: todos se callaron. Interrumpieron sus conversaciones de autobús nocturno en cuanto la chica dijo yo estoy en mi casa. Fue como una contraseña, como un rodando dicho por un director de cine.
La gente fue cómplice de la mentira. Fue como si se dijeran entre sí a ver si podemos hacerle creer al que ha llamado que la chica está en su casa.
Y por eso la gente permaneció en silencio, porque todos se imaginaron la casa de alguien a esa hora de la noche.
El conductor podría haber apagado el motor y las luces para evitar cualquier posible zumbido o vibración y alguien podría haber ladrado porque a lo mejor la chica tenía un perrito en casa y otro podría haber hecho el sonido de las olas del mar, por si acaso la chica vivía cerca de la playa, y otro podría haber imitado una sirena de ambulancia, no fuera que la chica viviese cerca de un hospital, y otro el sonido de una moto, otro el del camión de la basura y otro el de un grillo.
Y así, tomando partido entre todos, convertir esta mentira de chica de catorce años en algo grande, importante, emocionante, y que la chica lo recordase durante toda su vida.
Aunque nosotros no lo hiciéramos tanto por ella sino por nosotros mismos.
Por el simple hecho de crear un mundo de mentira.
Aunque fuera por unos minutos.

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