Soy un charco. Un charco de calle, de ciudad, de asfalto. No de camino en la montaña. Un charco de agua y gasolina, de basura y lágrimas.
No es nada fácil mi vida. Ni siquiera escribir esto. Todo me cuesta mucho esfuerzo. Porque estoy acostumbrado a no moverme en una temporada. Viviendo en un socavón construido por ruedas y llantas, las mismas que ahora me salpican y me destruyen. La gente me maldice. Algunos conductores me buscan para divertirse. Otros me esquivan. Yo no puedo hacer otra cosa que mirar al cielo y esperar a que salga el sol y se me lleve. Y volver a las nubes. Y allí encontrarme con los demás, el agua del mundo, toda unida, de todos los lugares, esperando la caída. Gente de mares que no conozco, de surtidores, de lagos, de macetas abandonadas. Azules, verdes, transparentes, marrones. Pero todos volveremos al sitio de donde procedemos. Porque así debe ser.
Me gustaría viajar a cualquier océano, cualquier mar, cualquier lago, a cualquier sitio, me gustaría ver cosas nuevas. Pero esto no va a suceder. Volveré a otro charco. Porque soy ese agua, ese tipo de agua. Porque ya hay dentro de mi alquitrán, envoltorios y lágrimas de un niño esperando a la salida del colegio.
Yo no serviría para nadar en un océano, me perdería entre el plancton, me tragaría una ballena en un descuido. Y entonces desearía estar en mi charco, en cualquiera. Porque es allí donde estoy bien. Aunque quiera estar en otro sitio.
He viajado a muchas ciudades. Pero en todas me siento el mismo. En todas recibo un escupitajo, un pisotón o un orín de perro. He vivido delante de grandes edificios, de monumentos históricos, de famosas avenidas. He observado a gente de todos los lugares del mundo sin que ellos lo supieran. Y no he encontrado muchas diferencias. Todas lloran cuando están solas.
Soy un charco. Un charco de calle, de ciudad, de asfalto. No de camino en la montaña. Un charco de agua y gasolina, de basura y lágrimas.
Un recipiente que se vacía poco a poco del agua que llevaba y se va llenando de cosas que no quería. Pero que ahora son tan suyas que le dan sentido a todo.
Muchas veces, arriba en las nubes, alguien del océano me dice que es una lástima que no podamos visitarnos. Yo le digo que no me importa, que prefiero que me expliquen cómo es. Y así me lo imagino cuando estoy allí abajo. Y el tiempo pasará más rápido si pienso que estoy en medio del océano y se avecina una tempestad.
Yo no quiero irme a ningún sitio. Muchos no lo entienden. Pero no hay nada que hacer. Ellos tampoco podrán ser nunca charcos, nunca podrán sentir lo que yo siento. En ese sentido, todos somos iguales. Pero veo que sienten pena por mi, por ese amasijo de agua sucia, alquitrán y gasolina en el que me convierto. Yo les digo que no se preocupen, que soy feliz a mi manera, igual que ellos a la suya. Y entonces me dicen que no saben qué puede hacer feliz a alguien siendo charco. Yo les digo que muchas cosas. Me dicen que les diga una. Y yo les explico que, a veces, algún niño me señala y dice “mira, el arco iris”.
1 comentario:
Sigo pensando que a mí me gusta.
Etiquetas: debería estar en una discoteca celebrando fin de año y no en casa viendo galas por la tele y mirando la pantalla del ordenador.
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