Aquí dejo el ejercicio que entregaré hoy. Estamos trabajando los tipos de narrador, en concreto la focalización interna. El ejercicio consta de dos partes que corresponden a dos visiones de dos personajes en una misma escena.
Esta es una visión, la siguiente entrada es la otra. La focalización interna se caracteriza porque blablablablá... Mejor me callo y os dejo leyendo. Si queréis, claro.
Se había dormido. Cada mañana había sido fiel a su despertador, menos hoy. Y ahora estaba sentado en un tren que nunca cogía, un tren que pasaba cuando él ya debería estar en el trabajo. El vagón no iba muy lleno, apenas diez personas. No conocía a nadie, estaba aturdido, se sentía perdido al no coincidir con la misma gente de cada mañana y tuvo ganas de bajarse y volver a su casa y meterse en la cama otra vez. La luz del sol no era la misma de cada mañana. Ni él tampoco. Miraba a su reloj como si, a base de mirarlo, las agujas pudieran moverse para atrás. No le había dado tiempo a ducharse, ni a lavarse la boca ni, mucho menos, a elegir lo que se iba a poner. Se olió con disimulo el sobaco y, al bajar la cabeza, vio que se había puesto un calcetín de cada color. De paso, se subió la bragueta mientras miraba las caras de la gente. Y fue así como la vio. Una chica, al final del vagón, le estaba mirando. Al cruzarse las miradas, ella no apartó la vista y, por un momento pareció que le iba a saludar. Pero no fue así. La chica lo miraba fijamente desde el último asiento del vagón. Aunque estaba lejos, podía ver con certeza que lo estaba mirando a él. Aguantó unos segundos más la mirada y luego la apartó, con una mezcla de terror y nerviosismo adolescente. Precisamente hoy que voy hecho un desastre, que ni me he duchado, que apenas he dormido, precisamente hoy tengo que ligar en el tren, pensó mientras miraba de nuevo su reloj. El tren avanzaba muy lento. La luz del sol ya no le calentaba la cara. Disimuló mirando un rato por la ventana, como si no le importara si la chica le seguía mirando, pero no pudo aguantar mucho tiempo y la miró de nuevo. Allí seguía ella, con su mirada clavada en la suya, desafiante y perdida a la vez. Quizá está muerta, llegó a pensar. O quizá quiere sexo en el lavabo, siguió pensando y sonrió. Volvió a mirar por la ventana y decidió que aquella chica estaba mal de la cabeza, una desequilibrada que cada mañana hacía el mismo trayecto y no había porqué preocuparse. Aunque al principio quiso olvidar que la chica estaba allí, sentía una curiosidad tan grande que, sin pensárselo dos veces, la volvió a mirar y levantó las cejas a modo de saludo. La chica no reaccionó. Sus ojos permanecían clavados en los suyos. Pensó que quizá la distancia que les separaba le había impedido ver su saludo. Fue entonces cuando se levantó y se acercó dos asientos. Le hizo el mismo gesto y recibió la misma respuesta que antes. Se volvió a levantar y se sentó tres asientos más cerca. Ahora sólo le separaban dos. Observó sus pequitas por encima de la nariz y sus ojos marrones. Volvió a saludarla. Ella ni se inmutó. Luego se dio cuenta que había estado todo el trayecto en su campo de visión y decidió moverse a los asientos laterales, como apartándose de un imaginario láser que saliese de sus ojos. Efectivamente, la chica tenía la mirada perdida. Y él había estado durante todo el viaje detrás de esa pantalla en blanco no siendo, ni siquiera, una sombra del protagonista que él se creía. Más tranquilo, se acercó, se sentó delante suyo y le dijo hola. Será mejor que te vayas ahora mismo, le respondió ella.
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