miércoles, diciembre 13, 2006

ejercicio 4.2

Hacía dos horas que estaba sentada en el mismo sitio. Aquel tren ya había finalizado su recorrido dos veces. A ella no le importaba lo más mínimo. De hecho, ahora no estaba allí. Su mente seguía recordando con todo lujo de detalles lo que había hecho. Todo sucedió muy rápido, de madrugada. A la mierda todo, pensó. La luz del sol le calentaba las manos, frías de miedo. En el vagón había poca gente, desordenada pero formando un todo uniforme. Pensó en que no le importaría en absoluto que el tren se estrellara. De hecho, la idea la reconfortaba cuando pasaba por su cabeza. Ahora ya nada tenía sentido. Hace unas horas, aún tenía a su hija. Ahora ya no tenía nada. Sólo tiene que esperar a que toda esta pesadilla acabe. O ponerle fin ella misma, de cualquier manera. Su vista continúa perdida desde hace dos horas. Nota una gota de sudor cayendo por su espalda tensa. Pero no se mueve, deja que siga su camino y muera en la goma de sus braguitas. Se frota las manos lentamente para mantenerlas calientes mientras su mente viaja de nuevo al escenario. Todo estaba en silencio. Y luego un chasquido, sangre, un grito ahogado. No sabe si esto ha pasado realmente. Debe haber sido un sueño, piensa. Pero inmediatamente piensa lo contrario: no puede haber sido un sueño, es demasiado real. Quiere llorar pero no puede. Sus piernas están dormidas ya que apenas se ha movido desde que se sentó. Sentado un poco más lejos, ve a un chico que la mira. Ella se da cuenta pero al instante ya no vuelve a estar allí. Se pregunta por qué tiene que ser todo tan complicado. Pero no haya respuesta. Le ha parecido ver que el chico le arqueaba las cejas. Menudo imbécil, piensa, lo que me faltaba. Luego vuelve a perderse en su mundo. Oye sus pasos en la noche, la puerta abrirse, su niña durmiendo, su niña durmiendo, su niña durmiendo. Pero ahora ya no está durmiendo. Ahora ya no está. Por qué lo ha hecho, se pregunta. Todas las respuestas que tenía ayer, hoy han desaparecido. Ve que el chico se está acercando pero ella mantiene su vista perdida. Si se me acerca más soy capaz de matarle, piensa. Pero inmediatamente quiere borrar ese pensamiento de su mente. El chico sigue acercándose sin disimulo. Ella está demasiado cansada como para prestarle atención. Lo ve pero no lo mira. Sus ojos ven a través de él y a través de cualquiera que se ponga delante suyo. Apenas recuerda el momento en que se subió al tren, ni siquiera cómo llegó a la estación. Se acuerda de un coche gris que le hizo luces cuando iba andando por la carretera, de un golpe con el bordillo y de la luz de la farola de la estación. Pero no lo recuerda nítidamente, sino como si fuera algo que le hubiesen contado sus abuelos de pequeña. El chico que se le estaba acercando se sienta por fin delante suyo. Le sonríe y le dice hola. Ella le responde “será mejor que te vayas ahora mismo”.

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