Acabar BUP y COU no significa nada, simplemente que has ido siguiendo las instrucciones correctamente.
Pero a partir de ahora olvídate del librito de instrucciones. Si lo quieres, hazlo tú mismo. Es decir, no sólo tendrás que pensar lo que quieres hacer, sino tenerlo tan claro como para plasmarlo en un papel y, lo más importante, hacerte caso. Y está claro que eso no te lo han enseñado, ni siquiera te han avisado que te pasaría. Bueno, quizá sí. En mi colegio, los curas solían utilizar metáforas de semillas plantadas que dan su fruto y todo ese rollo de curas. Mientras, tú mirabas sin disimulo el reloj y maldecías porque la clase de al lado ya estaba saliendo. Si hubiesen sido más directos, la cosa quizá hubiera funcionado: "chavales, cuando salgáis de aquí, de este puto colegio de pijos que os están pagando vuestros padres, de esta puta institución centenaria, cuando salgáis de aquí, digo, os vais a llevar la puta ostia de vuestra vida, colegas. O espabiláis ya, o la ostia será tan fuerte que no sabréis ni donde estáis. Palabra del Señor. Te alabamos, Señor". Esa hubiera sido una buena fórmula, al menos para que estuviésemos atentos al cura de Dios. Pero no fue así. Bueno, hablo de mí, claro. Supongo que de allí habrán salido triunfadores que llevan corbatas y gomina y dicen ven a mi despacho y conducen un BMW y se siguen viendo con otros triunfadores de 1º de BUP para comparar tarjetas de visita, novias, llantas y precios de coca. Que les vaya muy bien. Me dan absolutamente igual. No tenemos nada que ver. Fin de la historia.
COU acabó con unas notas pésimas. Septiembre fue la tabla de salvación, pero llevaba demasiado tiempo en el agua y ya estaba podrida. Así que sólo me sirvió para salvar el cuello pero no para sacar nota alta, sacar nota alta, sacar nota alta.
Ese verano, el del 96, mi familia y yo hacemos un viaje a Estados Unidos que, si no cambió nuestras vidas, al menos sirvió para unirnos más de lo que estábamos. Explicar ese viaje en este blog me parece ridículo, no porque no pueda, sino porque no sé. Las cosas especiales que pasan en la vida no se pueden explicar y, si las puedes explicar, el receptor nunca imaginará lo que tú sentiste. Nunca.
El año siguiente lo pasé en una academia para sacar nota alta, sacar nota alta, sacar nota alta en selectividad. Tanto académica como personalmente fue uno de los mejores años de mi vida, obviando preescolar, claro. Es un año que recuerdo con cariño. No mantengo relación alguna con la gente que conocí en mi clase, pero recuerdo que nos caíamos muy bien entre todos. Supongo que si al otro le llega el agua al mismo nivel que a ti, entonces te cae muy bien.
Después de ese año entro a estudiar en la uni. Educación Infantil. Estoy dos años, no acabo la carrera, que son tres, y, por mucho que me lo repita mi madre: no, no me arrepiento, ahora no, quizá dentro de veinte años estoy llorando por haber abandonado la carrera pero hoy, mientras escribo esto, os puedo asegurar que no.
Antes de empezar la carrera, el verano del 97, en agosto, voy con un amigo de COU y su familia a un apartamento que tienen en Almería. No pasó nada excepcional, fueron unos días tranquilos, de la cama a la playa, de la playa a comer, de comer a la siesta, de la siesta a cenar, de cenar a ir al mismo bar. Y así cada día. Si me preguntáis qué es la felicidad, os relataré ese verano.
Estudiar Ed.Infantil significa que vas a estar rodeado de chicas en clase. Éramos 70: 67 chicas, 3 chicos. Aunque diciéndolo así parece que hubiese entrado en la mansión Playboy con dos colegas, os puedo asegurar que no fue así.
Pese a no tener claro mi futuro, lo pasé bien esos dos años y conocí, entre esa marabunta de futuras señoritas, a dos chicas demasiado encantadoras como para dirigirme la palabra. Con ellas he pasado muchos de los mejores momentos de mi vida. Ahora hace tiempo que no sé nada de ellas. Y sé que es por mi culpa, porque lo dejo todo sin hacer y, si lo dejo hecho, lo dejo demasiado tiempo y cuando vuelvo ya se ha quemado. Cada día que pasa me arrepiento de no mandarles un mail y decirles simplemente que me acuerdo de ellas. Pero no sé ni cómo empezaría. Hay cosas que no sé ni cómo empezar.
Al dejar la carrera tenía que hacer otra cosa, eso estaba claro. Retomé las clases de música que había dejado al empezar BUP. Mis dedos en el piano eran bloques de cemento y mis compañeros tenían diez años menos que yo y olían al sudor de jugar al salir de clase y la profesora regañaba gritando los nombres y yo estaba en esa clase no de profesor, sino de alumno.
Estuve un año, un año que me sirvió para recapacitar y ver que estaba más perdido de lo que pensaba.
No es que mi mapa estuviera al revés, es que era el de otro país.
Y yo ahora estaba en el desierto.
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