miércoles, diciembre 06, 2006

pieles de mandarina (parte 1 de 5)

Antes de nacer eres alguien que no está en el sitio donde pasan las cosas.

Yo nací el 1 de mayo de 1978. "¡Anda, tú sí que sabes, el día del trabajador!", es la cantinela que he tenido que oír más de una vez. ¿Yo sí que sé? ¿El qué? ¿Me estás diciendo que elegí yo el día? ¿Acaso un feto es consciente del día en que nace? ¿Crees que tenía un calendario flotando ahí dentro y dije "hoy salgo"? Yo no sé nada. Ni antes, ni mucho menos ahora.
Lo único que sé es que el día de mi cumpleaños nadie trabaja. Y de pequeño llegué a pensar que era gracias a mi. Mi nacimiento estaba a la altura del nacimiento de Jesús. En el calendario su nacimiento y el mío estaban en rojo, siempre, año tras año. Eso quería decir que éramos igual de importantes. Y de eso estuve seguro cuando un día descubrí, en casa de mi abuela, una figurita del niño Jesús y, a su lado, en la misma estantería, una foto mía. Sentí un poco de celos por el niño en pañales y lo tiré a la basura, dejando vacía la alfombrilla que le hacía de camita. En su lugar puse a un pitufo de goma con el que jugaba, pensando que nadie notaría la diferencia cromática. Cuando mi abuela apareció por ahí gritó "¡¡¿y el niño?!!". Yo pensaba que le había dado un ataque de ceguera porque yo estaba ahí, sentado, viendo La bola de cristal, y le dije "estoy aquí, yaya, ¿no me ve?". Luego deduje que no era a mí a quien se refería. Como la vi tan afectada, sin que ella se diese cuenta, fui a la basura, cogí la figurita, la pasé por debajo del grifo para quitarle las pieles de mandarina y la volví a poner sigilosamente en su camita. Mi abuela había salido a preguntarle a las vecinas si habían vista a su niño. Yo la miraba desde la ventana y veía la cara que ponían las vecinas: "pero si su niño está ahí en la ventana, jugando con los pitufos esos". Cuando volvió a casa, le expliqué lo que había hecho. Cuando acabé de hablar, ella me miró muy seria y me dijo "eso no se hace, ¡que Dios te castiga!" ¿Dios? ¿El mismo hombre en el que se cagaba mi padre cuando se enfadaba? ¿Ese Dios me va a castigar? No puede ser la misma persona, pensé, aquí hay alguien que se está equivocando. O quizá hay dos dioses, uno que te castiga y otro para cagarse. Como tenía el triple de preguntas que de respuestas, dejé que el tiempo pasase y ordenara mi cabeza por mí. Hoy, veintiocho años después, aún está en ello.
Recuerdo vagamente la etapa de preescolar. Sobretodo me acuerdo de olores y sabores más que de cosas concretas. El olor a lápiz, a plastilina, el tacto frío del barro, abrocharse los botones de la bata. Este tipo de cosas son las que hoy recuerdo, y las que más me gusta recordar. O, simplemente, las que quiero recordar.
Un día, cuando tenía seis años, mis padres me preguntaron "¿qué quieres hacer: karate como tu primo, ballet como tu prima o música?" Yo nunca he sido de pegarme con otra gente y menos aún de bailar, por lo que la tercera opción me pareció lo suficientemente atractiva como para gritarla de alegría. Al menos nadie me pegaría ni nadie se reiría por lo mal que bailo. Quizá fue esa misma tarde cuando me apuntaron a una academia. Ese día, el día que grité música, marcó un antes y un después en mi vida. Pero estas cosas se saben muchos años después, claro. En ese momento yo lo único que quería era cantar la escala y tocar el piano. No era consciente de que eso me formaría como persona y menos aún, que determinaría totalmente mi forma de ser, el yo que hoy escribe este texto. Quizá no estaría mal que algún día le diese las gracias a mis padres. Se las daría ahora pero son casi las cuatro de la mañana y no quiero despertarlos. Además, imaginad la escena.
En fin, empiezo en una academia de música, empiezo primero de EGB, tengo seis años, ya no soy pequeño, y además toco el piano chicas acercaos te dejo copiar si me dejas oler tu nueva goma Milán le he visto las bragas en el patio uala! sumas llevando qué bestia ¡te has colao! castigado a preescolar.
Pero no tan rápido, no tan rápido. Antes de todo esto ha pasado algo importante que merece un capítulo aparte.
Cuando yo tenía cinco años algo sucedió en casa. Apareció alguien que había estado dentro de mi madre. De MI madre. Un ser pequeño que sólo me dejaron coger cuando estaba en el sofá rodeado de cojines. Venía gente de lejos para ver a ese ser que apenas abría los ojos. Soy yo el importante, qué está pasando, pensaba mientras nadie me miraba.
Me dijeron que era mi hermanita.

1 comentario:

Anónimo dijo...

y llegó el monstruito...

quizás fue un rollo al principio tener una hermana, pero ahora mola, ¿no?

siempre pienso que aunque al principio fuese un fastidio no podía haber sido de ninguna otra manera. yo no hubiese podido ser lo que tú eres. Jamás.