Stanley se pasea por la estancia. Mira atentamente a Sue. La mira durante largos minutos. Luego se sienta en su silla y mira hacia el suelo, pensativo. Cuando se levanta le indica a su ayudante que se ponga en contacto con Vladimir. Algo falla. No es nada grave, pero algo falla. Vladimir le dice que no se preocupe y que no le vuelva a llamar. Le recuerda la diferencia horaria otra vez, aunque Stanley no le hace caso y lo vuelve a llamar a los quince minutos.
Pasan las horas. Stanley vuelve a revisar lo grabado. Un plano de tres segundos. Por octava vez. Sue resopla y coge las gafas de sol, aunque ahora ya es de noche. Pero eso no importa. Ahora mismo pocas cosas le importan. Porque ella, aunque nadie lo crea, no quiere estar en este momento, en este lugar. Ella tiene ganas de ponerse esas gafas. Y de salir con sus amigas. Y de pintarse las uñas de rosa. Y de llorar sin que nadie la vea. Esa es la mejor forma de llorar. Sin que nadie te pregunte si te ocurre alguna cosa.
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