Aquí dejo el tercer ejercicio. Hay dos partes, son dos textos que cuentan la misma historia desde dos puntos de vista diferentes. El primero, este, es un narrador testigo: cuenta lo que le pasa al protagonista y es un personaje secundario de la historia. El segundo (ejercicio 3.2), es un narrador protagonista: escrito en primera persona, conoce sus propios pensamientos pero no los del resto de personajes.
Yo tendría unos siete años cuando esto pasó. Aunque ya era muy tarde, no podía dormirme. Todo estaba a oscuras y eso era una de las cosas que no me gustaban. Entonces se encendió la luz del pasillo y mi madre pasó por delante de la puerta abierta de mi habitación hacia la cocina. Muchas veces se levantaba para beber agua y por eso no me extrañé. Pero aquella noche tardaba en volver más de lo normal. Me levanté, fui sin hacer ruido a la cocina y me quedé escondido tras la puerta de tal forma que ella no pudiera verme pero yo a ella sí. Allí estaba mi madre, sentada en una silla, como esperando la cena. Tenía un vaso de agua entre las manos y lo miraba con la mirada perdida. De vez en cuando bebía un pequeño trago y luego seguía mirando el vaso. Negaba con la cabeza mientras en voz baja repetía “no puede ser”. Pasado un rato, se puso el pelo por detrás de las orejas y miró hacia el techo. Estuvo mirando el techo tanto rato que al final también miré yo. Pero allí no había nada. Después bajó la vista, se levantó y fue hacia el salón. Tuve que cambiar mi posición para continuar espiándola. Encendió una lamparita y se sentó en el sofá, aún con el vaso de agua entre las manos. Fue entonces cuando se puso a hablar. Hablaba en susurros y desde mi posición no la podía escuchar bien. Cuando hablaba miraba a su lado y gesticulaba con las manos, como si allí hubiera alguien. Pero allí no había nadie. Se quedó sentada en el sofá un rato, hablando sola y bebiendo agua de vez en cuando. Luego se levantó, abrió la ventana, se asomó, se frotó los brazos y cerró de nuevo la ventana. Apagó la lamparita y caminó a oscuras por el salón dando vueltas a la mesa y repitiendo en voz baja “no puede ser”. Pude contar unas cincuenta vueltas. Yo tenía las piernas dormidas de estar agachado y decidí irme a mi cama porque tenía los pies congelados. Me metí en la cama y me tapé hasta el cuello. Entonces oí que mi madre cogía unas llaves y abría una caja. Cogió algo metálico de dentro y lo puso encima de la mesa de la cocina. Supuse que era algo pesado. Aún podía oírla susurrar “no puede ser” de vez en cuando. Oí que se sentaba de nuevo en una silla de la cocina. Entonces mi padre se levantó, se asomó a mi habitación para ver si yo dormía y fue hacia la cocina. Le preguntó a mi madre que qué hacía ahí y ella le respondió que no podía dormir. Oí como mi padre se sentaba en otra silla y empezaba a hablar con ella. Pude oírle decir “seguir así”, “tranquila”, “vuelve a la cama”, “¿qué tienes ahí?” ,“¿qué es eso?” y “no”. Estas fueron las últimas palabras que mi padre le dijo a mi madre. Luego se oyó una explosión y un golpe en el suelo. Y luego nada más. Me di la vuelta y cerré los ojos. Alguien vino de la cocina, entró en mi habitación, me arropó y me acarició la cabeza. Volví a darme la vuelta para ver quien había sido, antes de que saliese de mi habitación. Pero todo estaba tan oscuro que no pude distinguir la silueta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario