lunes, noviembre 06, 2006

en el abdomen

Hace unos años me clavé una sierra en el abdomen.
Estaba cortando unas maderas para la caseta de nuestro perro cuando sucedió. Todo fue muy rápido y apenas sentí dolor. De hecho, no me dí cuenta hasta que mi mujer me dijo: ¿qué tienes ahí? Yo miré donde ella señalaba y vi la sierra incrustada en mi barriga. Pero no sangraba, ni me dolía. La misma sierra taponaba la herida.
Mi mujer se asustó y me acompañó al médico quien nos tranquilizó diciendo que lo mejor sería que dejásemos las cosas como estaban, que esa sierra no daría problemas si nosotros nos olvidábamos de ella. Mi mujer dijo: pero, doctor...Y el doctor asintió y dijo: pueden irse. Y recuerden, olvídense de la sierra y acabará desapareciendo.
Así hicimos.
Al principio era muy extraño. Al ducharme, a veces me olvidaba que estaba ahí y la golpeaba sin querer mientras me enjabonaba sintiendo una ligera punzada. Me compré camisetas una talla más grande de lo habitual para que mis compañeros de trabajo no notasen el bulto. Cuando hacía el amor con mi mujer, siempre acababa diciéndome: ponte abajo, me molesta.
Pasaba revisiones médicas periódicamente y el doctor siempre finalizaba su discurso con: todo irá bien si se olvida de ella.
Pero la verdad es que no era fácil olvidar que tenía una sierra introducida en mi barriga, aunque lo intenté por todos los medios. La podía llegar a olvidar por temporadas, cuando estaba feliz con mi mujer y mis amigos y nos reuníamos en casa para cenar todos juntos y hablar hasta altas horas de la madrugada y beber y reírnos, reírnos hasta que yo me llevaba las manos a la barriga y entonces ahí estaba la sierra, como la herida de una guerra a la que el soldado nunca quiso ir. Yo paraba de reírme y me ausentaba unos minutos con la excusa de ir al lavabo. Una vez allí me levantaba la camiseta y miraba esa parte de mí tan diferente, pero tan mía. Y entonces le hablaba: ¿hasta cuándo? Pero no había respuesta. Y yo a veces lloraba. Mis lágrimas caían en el frío acero, temblaban unos segundos y luego resbalaban al suelo.
Y así durante veinte años.
Hasta hoy domingo.
Anoche, después de que se fueran los últimos invitados, mi mujer y yo seguimos bebiendo en el salón. Estaba todo por el medio pero nos dio igual. Mi mujer estaba preciosa, siempre lo está cuando va borracha, y lo hicimos en el sofá como dos adolescentes.
Esta mañana me he levantado y no tenía ni rastro de la sierra, apenas una ligera cicatriz.
Me he duchado feliz y me he puesto una camiseta que hacía veinte años que no me ponía. He bajado a desayunar con mi mujer que había preparado unas tostadas con miel. Le he dado un beso y un abrazo de buenos días. Al separarme, le he preguntado: ¿qué tienes ahí?

1 comentario:

Anónimo dijo...

es mucho más profundo de lo que parece... me gusta.