Conocí a mi mujer en un paso de cebra.
Nos cruzamos y nos quedamos mirando. Yo la miré porque pensaba que era una antigua compañera de colegio, Marta, que siempre me había gustado. Y entonces le pregunté si se llamaba Marta. Ella me dijo que no y yo le dije que perdón, que se parecía a una amiga que se llamaba así. Entonces ella me preguntó si yo me llamaba Sergio. Y yo le dije que no y ella se disculpó porque pensaba que yo era un antiguo amigo del colegio que se llamaba así, y por eso se me había quedado mirando. Entonces nos reímos porque en estos casos es lo que se suele hacer y decidimos dar un paseo juntos ya que ninguno de los dos tenía nada que hacer.
Ella se llamaba Laura pero yo siempre me equivocaba y la llamaba Marta. A ella no le importaba porque le pasaba lo mismo, nunca me llamaba Marcos, sino Sergio. Y a mí no me importaba. Incluso llegó a gustarme. A veces llamaba alguien a mi teléfono y preguntaba ¿Marcos? y yo respondía que ahí no vivía ningún Marcos, y colgaba.
Nos vimos las tardes siguientes, paseábamos, hablábamos, tomábamos un café y nos equivocábamos de nombres.
Un día la invité a cenar a mi piso y después bebimos mucho vino y después follamos en el sofá y después nos casamos y después tuvimos un hijo. Ella me preguntó qué nombre me gustaba y yo le dije si es niña, Marta, si es niño, Sergio.
Fue niña y la llamamos Marta.
Con los años, al bebé que habíamos bautizado como Marta se le empezó a poner cara de Beatriz cuando cumplió un año, de Lorena al cumplir dos y de Sonia cuando cumplió los tres años.
Pero cuando cumplió cuatro años, todos mis familiares decían que se parecía a mí.
Entonces decidimos llamarla Sergio, como yo.
1 comentario:
Por fin te comento.
Pero, ¿qué decir...? Que me encanta cómo escribes, que me encanta que sigas aprendiendo y que me encanta vivir contigo.
Eres el compañero de piso que todo el mundo quisiera tener...
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